Argentina arrastra desde hace décadas un régimen de coparticipación federal de impuestos que, lejos de fortalecer el federalismo, ha promovido un sistema de dependencia, ineficiencia y gasto descontrolado. Lo que debería ser una herramienta de coordinación armónica entre Nación y provincias, se ha convertido en un mecanismo perverso que fractura la solvencia fiscal, fomenta la irresponsabilidad y reproduce desigualdades estructurales.
El problema no es nuevo, pero se ha agravado. Como bien advertía Juan Carlos Cassagne, el actual régimen mezcla lo peor de dos mundos: un centralismo recaudador en la Nación con una coparticipación mal diseñada, que debilita los incentivos para una gestión eficiente en las provincias y desalienta cualquier esfuerzo por generar recursos propios.
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