En la noche del 13 de noviembre de 1985, mientras la mayoría de los habitantes de Armero dormían, el volcán Nevado del Ruiz rugió con la fuerza del olvido. Desde más de 5.300 metros de altura, su cráter expulsó ceniza, gases y lava que, al fundirse con el hielo del glaciar, desataron una avalancha que descendió sin piedad. En cuestión de segundos, el silencio se convirtió en grito, y la vida en lodo.

El resto, lo conocemos todos. O al menos, eso creemos.

Una tragedia anunciada

Lo más doloroso de Armero no fue solo su magnitud, sino su destino evitable. Durante meses, científicos del Servicio Geológico Colombiano y expertos internacionales alertaron sobre la amenaza. Enviaron informes, insistieron, advirtieron. Pero sus voces se perdieron entre el escepticismo y la indiferencia.

El resu

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