En sus memorias, el monarca culpa a Armada de la asonada y defiende que tenía "todas las legitimidades" frente al golpe por ser "un rey constitucional" y haber sido "designado por Franco"
Análisis - Un rey ingrato que sigue libre gracias a los poderes del Estado
“No tengo nada que ocultar”, sostiene el rey emérito al relatar su particular versión de lo ocurrido durante la intentona golpista del 23 de febrero de 1981 (el 23F). Durante años, el discurso 'oficial' consideró a Juan Carlos I, huido a los Emiratos Árabes en 2020, como la principal figura que frenó el golpe de Estado. Y el monarca ahonda en esa misma tesis en su nuevo libro de memorias Récontiliation (Stock, 2025), escrito en colaboración con la periodista Laurence Debray, publicado en Francia la pasada semana y que llegará a las librerías españolas en diciembre.
El padre del actual rey afirma que aquella tarde había jugado una partida de squash con su “fiel amigo” Miguel Arias en el Palacio de la Zarzuela, y que sobre las seis de la tarde se fue a cambiarse de ropa. “Al volver de mi habitación pasé por la oficina de mi asistente de campo que tenía la radio encendida para seguir la sesión del Parlamento”, apunta. Durante el Pleno de aquel 23F se votaba la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo en un contexto muy complejo, en medio de un clima de ruido de sables en los cuarteles y con una gran parte de los militares considerando al Gobierno de Adolfo Suárez como un “traidor” a la patria por sus guiños a la izquierda, según relata el emérito.
En todo caso, la idea de una posible asonada era, para Juan Carlos I, una “boutade”, una provocación sin visos de realidad. Pero aquella tarde, además del monótono tono del presidente de la Cámara Baja llamando uno por uno a los diputados para votar al nuevo presidente, el emérito escuchó en aquella radio de uno de sus colaboradores “el ruido de las ametralladoras”. El teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero había irrumpido armado en el hemiciclo, ordenó sentarse a todos los parlamentarios y sus colaboradores dispararon al techo. “Me quedé estupefacto. ¿Qué es esta locura?”, escribe el exmonarca.
“Soldados se habían revelado y desafiado el orden constitucional”, rememora Juan Carlos I. “Además, el golpe se había hecho en mi nombre. Fue indignante. Me quedé aterrorizado”, añade. La tesis de que el rey no conocía nada de lo que iba a ocurrir aquella tarde en el Congreso ha sido cuestionada por algunos historiadores. Carlos Fonseca, que el año pasado publicó el libro 23F, la farsa (Plaza & Janés, 2024), consideró en una entrevista con elDiario.es que puede haber instituciones “cuya actuación no fuera en última instancia tan ejemplar como se dijo”. Y aseguró que “cuando el rey emérito se muera”, posiblemente se conozca “algo más” de su papel. “¿Se sabe todo lo que ocurrió el 23F? Creo que se acabará sabiendo que no eran únicamente Tejero y unos cuantos más”, apuntó, por su parte, la histórica abogada y activista Paca Sahuquillo en una entrevista en el número 49 de la revista de elDiario.es.
“Mantuve la sangre fría”
El relato de Juan Carlos I en su nuevo libro responsabiliza directamente a Alfonso Armada, que había sido el secretario general de la Casa Real hasta 1977. Finalmente, lo tilda de “traidor”, pero antes reconoce que se llevó una “sorpresa” cuando, nada más enterarse de la intentona, en una primera llamada que quiso hacer al entonces Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, José Gabarais, quien le cogió fue Armada y ante las preguntas del rey sobre el golpe de Tejero le contestó con “un tono de voz anormalmente tranquilo”. “Daba la impresión de saber exactamente qué se estaba tramando”, añade.
Luego se pregunta: “¿Acaso Armada estaba jugando a dos bandas?”. Juan Carlos I reconoce que “la duda se apoderó” de él. “Si insistía tanto en estar a mi lado, sin duda era para comprometerme y hacerme quedar como si apoyara el golpe. No dejé que la ira ni la decepción me dominaran; mantuve la sangre fría”, añade. Y —según este relato— le envió un mensaje: “Quédate donde estás. Si te necesito, te llamaré, pero por ahora, no vengas”. “Inmediatamente”, apunta, informó “al jefe de seguridad del Palacio de la Zarzuela para que le impidiera la entrada”, por si tenía la tentación de presentarse, como le había sugerido.
Una conversación telefónica entre el monarca y Bárbara Rey, hecha pública en 2024, reveló que el emérito se alegraba de que Alfonso Armada, uno de los condenados por su participación en el intento del golpe de Estado, no dijera “ni una palabra” sobre él tras su efímero paso por la cárcel por su papel en la intentona golpista. “Ese ha pasado siete años en la cárcel, se ha ido a su pazo de Galicia y el tío jamás ha dicho una palabra. ¡Jamás!”, dijo.
De regreso al libro, el emérito asegura a renglón seguido que gracias a la intermediación de un miembro de la guardia real, que asistía como civil a la sesión de investidura, su entonces secretario Sabino Fernández Campo logró contactar con Tejero, que mantenía la asonada en la Cámara Baja. “¿Qué haces ahí?”, le preguntó Fernández Campo, siempre según el relato público de Juan Carlos I. “Recibo las órdenes del capitán general de Valencia”, le respondió Tejero, en alusión a Milans del Bosch. “¿Cómo te atreves a hacer lo que haces en nombre del rey? No lo vuelvas a hacer porque no estás autorizado para ello”, añadió.
Según el rey emérito, a Tejero le sorprendieron esas órdenes. “Ahí es cuando comprendí que se imaginaba que contaba con mi acuerdo implícito” para el golpe, añade Juan Carlos I.
“Había sido designado por Franco”
Después habló con la diputada socialista catalana Anna Balletbò, que fue una de las primeras liberadas por los golpistas, a la que dejaron salir por estar embarazada de mellizos. “¿Hay heridos? Fue mi primera pregunta”, apunta el emérito. Durante esa conversación el rey dice que recibió numerosas llamadas de mandos militares “desorientados que querían órdenes de su jefe”. Su reflexión fue la siguiente: “Yo era un rey constitucional, pero era sobre todo el jefe de las fuerzas armadas y era también su antiguo compañero de armas y había sido designado por Franco”. Con todos esos elementos, Juan Carlos I considera que tenía “todas las legitimidades” para dar órdenes.
En el libro el rey emérito asegura que de los once capitanes generales que formaban en aquel momento la cúpula del ejército “la mitad” respaldaba “la rebelión”. Pero destaca que esta no triunfó por sus continuas llamadas y mensajes telegráficos. “No se atrevieron a desobedecer”, apunta, después de garantizarse que esos militares le dijeran: “Estamos a la orden para lo que sea”. Previamente, él les había dicho que “aquel que se subleve contra el rey está en disposición de provocar una guerra civil y será considerado responsable”.
Quien se mantuvo con el golpe casi hasta el final era uno de esos capitanes, Milans del Bosch, que había sacado los tanques a las calles de Valencia y amenazaba con tomar Madrid con la división Brunete, aunque se consiguió revertir esa orden. También recuerda Juan Carlos I que se aseguró la lealtad del mando a cargo de la base aérea valenciana que, siempre según su relato, le dijo a Milans del Bosch que él solo respondía a órdenes del rey. Ante ese escenario, Juan Carlos de Borbón revela que él y sus militares afines llegaron a considerar “organizar un asalto al Congreso para liberar a los rehenes”. Desecharon la idea porque “¿quién aceptaría una misión tan arriesgada?”.
Otro de los aspectos que cuenta Juan Carlos I es que durante el golpe sí hubo un Ejecutivo provisional, dado que los ministros y el presidente entonces al mando estaban secuestrados por Tejero y los suyos en el Congreso. “Para mantener el procedimiento y preservar la legalidad, se estableció un gobierno integrado por los secretarios de Estado, encabezado por Francisco Laína, entonces director general de la seguridad del Estado. Este gobierno duró 14 horas, hasta que los rehenes fueron liberados”, señala.
Fue tras su famoso mensaje emitido por RTVE gracias a que se desplazó un equipo a la Zarzuela cuando el golpe fracasó definitivamente, siempre según Juan Carlos I. También envió varios telegramas a Milans del Bosch de madrugada, hasta que sobre las 4.30 horas del 24 de febrero los tanques regresaron a los cuarteles en Valencia. Pero Tejero siguió en el Congreso hasta la mañana. “No se rindió hasta el mediodía del 24 de febrero”.

ElDiario.es Politica

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