El narcotráfico no es solo un negocio criminal: es un dispositivo de intimidación que degrada barrios, corrompe instituciones y somete a la ciudadanía. Cuando bandas que controlan rutas y puertos emplean violencia para doblegar a los poderes públicos y asegurar ganancias, hablamos de conductas equiparables al terrorismo por su finalidad coactiva, aunque su bandera no sea ideológica sino la del dinero. La diferencia con el terrorismo “clásico” no debe ocultar la esencia: el narco busca condicionar decisiones del Estado y alterar la vida colectiva mediante el uso del terror. Las embestidas a patrulleras, los atropellos a agentes, las amenazas a testigos, los sicarios y la colonización de economías locales no son “delincuencia común”: son un asalto al orden democrático.

En Estados Unidos, la

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