San Fernando (Trinidad y Tobago), 13 nov (EFE).- Cuando la venezolana Julie Ramírez huyó de su país por la persecución política en 2016, creyó haber encontrado un refugio en Trinidad y Tobago. Casi una década después, vive nuevamente con miedo: esta vez a ser deportada.
Esta solicitante de asilo de 70 años, que trabaja como cuidadora, explica a EFE que «la ansiedad» se ha apoderado de la comunidad migrante venezolana en todo el país tras el aumento de los controles migratorios.
Esa ansiedad la comparte Marannys Guerra: «Temo perder todo lo que he construido», dice esta venezolana, que administra un bar en el sur de Trinidad y tiene un pequeño salón de belleza donde hace manicuras y pedicuras.
Un memorándum gubernamental con fecha del 27 de octubre filtrado revela que el ministerio de

Diario de Los Andes

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