Por mi trabajo estoy en contacto con muchos profesores, y cada vez observo con más claridad algo que no solo afecta a las aulas, sino a la sociedad entera: estamos perdiendo la capacidad de atención. Vivimos acelerados, saturados de información, pendientes de mil estímulos a la vez. Corremos de una tarea a otra sin detenernos a mirar, a escuchar, a sentir. Y cuando perdemos la atención, se resiente todo: la comunicación, las relaciones y, sobre todo, nuestra conexión con los demás. Durante años se ha hablado de la falta de atención en los alumnos, pero cada vez resulta más evidente que también los adultos la sufrimos. Nos cuesta concentrarnos, mantener el foco y escuchar con verdadera presencia. En el caso de los docentes, esta realidad adquiere un matiz especialmente delicado: enseñar req

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