La democracia en nuestra región enfrenta una amenaza silenciosa, pero cada vez más profunda: la penetración del crimen organizado en las estructuras del Estado. Ya no hablamos únicamente del narcotráfico como un negocio ilícito, sino de un entramado de poder que corroe instituciones, compra voluntades y se apropia de territorios enteros.
El resultado es un Estado debilitado, donde la ley se negocia, la justicia se vende y la autoridad legítima pierde sentido. Esta infiltración es más peligrosa que cualquier ideología, porque opera desde adentro, desmantelando los cimientos democráticos sin necesidad de estridencias.
Enfrentarla exige instituciones limpias, justicia verdaderamente independiente y una ciudadanía que rehúse la comodidad del silencio cómplice. La democracia no muere de un so

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