No sé en qué momento confundí valentía con silencio. Ni cuándo la curiosidad se convirtió en un peso que terminé cargando solo. Mi esposa lanzó la idea casi como quien lanza un comentario al pasar, convencida de que yo jamás aceptaría. Pero acepté. Y no solo acepté: me entusiasmé. Ella siempre había sido mi lugar seguro, mi amante, mi compañera. Pensé que abrir la puerta no cambiaría eso.
Durante cuatro años vivimos lo que, al principio, parecía una aventura emocionante. Yo sentía que teníamos una complicidad única, algo que nos diferenciaba del resto del mundo. Lo hablábamos todo, lo decidíamos juntos. Éramos un equipo. O al menos eso creía.
Pero hace un año empecé a sentir algo que no sabía nombrar. No era celos. No era miedo. Era un desgaste interno, como si algo en mi autoestima se h

El Tiempo Cultura

AlterNet
Raw Story