El centro histórico de Arequipa, orgullo de la ciudad y Patrimonio Cultural de la Humanidad, parece hoy más un decorado para turistas que el corazón vivo de una comunidad. Las calles de sillar, los balcones coloniales y las casonas republicanas lucen impecables, pero algo esencial se está perdiendo: su gente. La gentrificación ese proceso que reemplaza a los antiguos habitantes por nuevos residentes o negocios de mayor poder adquisitivo avanza silenciosamente, maquillada de progreso y restauración.
En nombre del turismo y la modernidad, muchas familias tradicionales han sido desplazadas por el alza de alquileres y la presión inmobiliaria. Donde antes había bodegas, zapaterías o picanterías, hoy abundan cafés conceptuales, tiendas de recuerdos y hospedajes con nombres en inglés. Se conserv

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