Los comunistas son buenos… hasta que llegan al poder y son pésimos. Toda familia que se respete ha tenido uno entre sus miembros, el tío favorito de los muchachos, el descreído que no iba a misa, esperaba afuera de la iglesia en los bautizos y se sabía de memoria las grandes gestas militares de la Segunda Guerra Mundial. Sí, es verdad, creían que la Unión Soviética era un faro de la humanidad y que Stalin era el padrecito bueno o el titán de acero, según los vaivenes de la discusión de sobremesa. Se sabían la letra de la Internacional y algunos -los más afortunados- hasta conocieron París en un memorable viaje en ruta a Moscú, que les había otorgado el Partido en premio a su fidelidad incuestionable al credo ñángara.
Eran honestos, trabajadores y -salvo excepciones- “pobres como un gato d

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