La pitahaya, también conocida como fruta del dragón, ha ido ganando presencia en las fruterías españolas hasta convertirse en una opción cada vez más habitual para quienes buscan variar su repertorio de frutas. Durante años se consideró una rareza importada en pequeñas cantidades, pero hoy resulta accesible en supermercados y mercados de barrio, gracias a la expansión de su cultivo y comercialización.
Su piel de colores vibrantes, combinada con una pulpa moteada interior, la convierten en una fruta llamativa, pero su valor va mucho más allá de su estética: su sabor suave, su preparación sencilla y su perfil nutritivo la hacen una alternativa interesante en la dieta diaria.
Procedente de zonas cálidas de América Central y cultivada también en Asia y otras latitudes, la pitahaya pertenece a la familia de los cactus. A simple vista destaca por una piel gruesa de color rosa intenso, con escamas que semejan alguien jugueteando con alas de dragón.
Un sabor sin excesos
Al abrirla se descubre una pulpa blanca o roja, salpicada de semillas negras comestibles que aportan un ligero contraste. Su sabor no resulta abrumador: muchos coinciden en que recuerda al kiwi o la pera, con un punto de melón, generalmente dulce sin excesos, suave, sin acidez marcada. Esa cualidad la hace adecuada para paladares variados, incluidos los que rehúyen frutas muy intensas o tropicales.

Desde el punto de vista nutricional, la pitahaya destaca por varios motivos. En el estudio de Scientia Agropecuaria se reporta que su contenido de ácido ascórbico (vitamina C) varía según la especie entre 4 y 25 mg por cada 100 gramos, alcanzando los valores más altos en la variedad de pulpa roja. Además, se describe que posee una capacidad antioxidante elevada.
Las semillas también aportan pequeñas cantidades de grasas saludables. Todo esto sin convertirla en una 'superfruta', pero sí en una opción variada, ligera, refrescante e interesante para incluir en el repertorio habitual.
Para aprovechar la pitahaya de manera óptima, conviene seguir unos sencillos criterios al comprarla y prepararla. En la frutería, busca una pieza cuya piel presente un color vivo, sin arrugas profundas ni zonas hundidas, y que al tacto ceda ligeramente, como lo haría un aguacate en su punto. Si está demasiado dura, aún le faltan días; si se hunde o presenta zonas blandas, puede estar pasada. Un buen indicio es que la fruta sea relativamente pesada para su tamaño. Si la compras firme, puedes dejarla uno o dos días a temperatura ambiente para que termine de madurar.
En lo que respecta a la conservación, si la fruta ya está madura lo ideal es consumirla en uno o dos días. En estado entero puede mantenerse a temperatura ambiente hasta que la abras; una vez abierta, guárdala en un recipiente hermético en la nevera y consúmela en 24 horas. También se puede congelar, especialmente si la vas a usar en batidos, aunque la textura se vuelve algo más blanda tras descongelarla.
Directo a la pulpa o acompañada
La preparación tampoco exige grandes habilidades. Lava la fruta, córtala por la mitad, y con una cuchara extrae la pulpa directamente para comerla al natural. Si prefieres trocearla para añadir a otros platos, una opción práctica es pelarla haciendo un corte vertical y retirando la piel como quien pela una naranja. Es importante subrayar que la piel normalmente no se consume, dado que su textura es más gruesa y poco agradable de masticar.

Aunque comer la pulpa tal cual ya es una experiencia correcta, la versatilidad de la pitahaya permite incorporarla en múltiples ámbitos de la cocina cotidiana. Para desayunos o meriendas, va muy bien mezclada con yogur natural, queso fresco o en un bol de fruta junto con otros ingredientes como avena o frutos secos.
También se presta con soltura al mundo de los batidos: su textura acuosa permite mezclarla sin dificultad con piña, mango, plátano o fresas; si la variedad es de pulpa roja, el color que aporta es tan intenso como sorprendente.
En el ámbito de lo salado, incorpora un punto de frescura en ensaladas de hojas verdes, pepino, aguacate o tomate cherry , donde los cubos de pitahaya ofrecen contraste de textura y un matiz de sabor que no compite pero suma. Otra idea sencilla: brochetas de fruta para meriendas o picoteos donde su color la convierte en protagonista.
Crema fría o en el horno
Una alternativa resultona para preparar la pitahaya consiste en convertirla en una crema fría. Solo tienes que pelar la fruta, cortar la pulpa en trozos y triturarla con un chorrito de lima o limón, una pizca de miel o sirope (si te apetece un punto más dulce) y un par de cubitos de hielo.
En menos de un minuto obtienes una crema ligera, suave y refrescante que puedes servir en cuencos pequeños, acompañada de unas semillas de sésamo tostado o de unos dados de pepino para añadir contraste. Funciona como postre rápido, como merienda o incluso como base para un entrante frío en días calurosos, y permite aprovechar la pitahaya cuando está muy madura sin perder nada de sabor.
Otra opción sencilla es asar ligeramente la pitahaya para intensificar su sabor. Basta con cortar la fruta en dos, rociar la pulpa con un toque de zumo de naranja y espolvorear una mezcla mínima de azúcar moreno y canela. Colócala en una bandeja y métela al horno o en una sartén a fuego medio durante tres o cuatro minutos, hasta que empiece a caramelizarse en la superficie.
El resultado es una pitahaya templada, más aromática y con un contraste dulce muy agradable que combina bien con yogur natural, helado de vainilla o frutos secos tostados. Es una preparación rápida que aporta una dimensión diferente a la fruta y que funciona especialmente bien cuando quieres servir un postre fácil, pero con un punto especial.

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