La ruptura amorosa es una de las pocas experiencias que revelan, con brutal claridad, la fragilidad de nuestra condición humana. No hay herida más silenciosa ni aprendizaje más decisivo: perder a quien amamos nos obliga a mirarnos sin concesiones, a comprender que el amor -esa tentativa luminosa contra la muerte, como escribió Octavio Paz- también puede volverse un bosque de sombras.
La separación fractura lo que de suyo era esencial, simple y cotidiano. Como el aire que respiramos, el pijama bajo la almohada de la cama, o el sillón de los paseos televisivos al final de la jornada. Nos revela lo que ahora a solas somos, cuando ya no somos uno con el otro.
La ruptura es la suma de todos los infiernos y la expulsión de un sólo paraíso. Es la caída desde una altura que creíamos conquistad

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