Cuando Dauda Sesay llegó a Estados Unidos tras huir de la guerra civil en Sierra Leona y pasar casi una década en un campo de refugiados, no tenía idea de que podría convertirse en ciudadano. Pero le dijeron que si seguía las normas y no se metía en problemas, pasados algunos años podría solicitarlo. Como ciudadano estadounidense, estaría protegido.

Eso fue lo que lo llevó a decidirse a solicitar: la premisa —y la promesa— de que al convertirse en ciudadano estadounidense naturalizado, se crearía un vínculo entre él y su nuevo hogar. Tendría derechos y responsabilidades, como el voto, y al comprometerse con el país, el país también se comprometería con él.

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“Cuando levanté mi mano y presté el juramento de lealtad, creí en ese mom

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