Para Enrique Ramírez Villarreal, feriero de la Ciudad de México, Su familia lleva casi un siglo dedicada al oficio: es la tercera generación después de su abuelo y su padre, quienes recorrieron pueblos y colonias de la capital cuando era común ver ferias por semanas enteras.
“Antes llegabas 15 días antes a instalar, trabajabas otras dos semanas y te ibas a la siguiente feria. Había trabajo todo el año ”, recuerda. Pero esa época quedó atrás.
Hoy, el negocio que sostuvo durante décadas a familias enteras se encuentra “muy difícil”, dice Enrique. Con la llegada de nuevas formas de entretenimiento, la reducción de espacios públicos, el crecimiento urbano y el golpe de la pandemia, las ferias han perdido visitantes, días de actividad y rentabilidad.
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