En el fútbol, como en la vida, hay preguntas que parecen diseñadas para dividir en dos bandos irreconciliables. Una de ellas es esta: ¿qué pesa más, el talento o la disciplina? Como si la gloria se alcanzara por un atajo que obliga a renunciar a la otra mitad del camino. La experiencia, sin embargo, insiste en revelarnos lo contrario: que ambas son indispensables y que, lejos de excluirse, conviven en una tensión creativa que forja a los grandes.

El talento es ese don misterioso que aparece sin aviso, esa luz que se enciende en un niño que toca por primera vez un balón y entiende, sin necesidad de explicaciones, por donde respira el juego. Es intuición, sensibilidad, una forma natural de interpretar el espacio y el tiempo. El talento, en esencia, te hace visible.

La disciplina, en cambio

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