México atraviesa desde hace años un clima sostenido de inseguridad , incertidumbre y presiones económicas que ha transformado la vida cotidiana. No se trata solamente de un contexto adverso: es un estado emocional que se ha vuelto rutina. Vivimos, y en particular viven las poblaciones precarizadas, en lo que podría definirse como un modo supervivencia permanente : una forma de organizar el día a día en la que la alerta es constante, el futuro se reduce a llegar al final del día y el descanso emocional se vuelve un lujo.

Este modo supervivencia no surge de decisiones individuales, sino de una combinación de factores estructurales. Dos de ellos destacan por su profundidad y persistencia: la violencia y la carga de cuidados . Ambos se han normalizado hasta volverse parte del

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