Hablar de sexualidad en la tercera edad sigue siendo, incluso hoy, un gesto de auténtica disidencia cultural. En una sociedad que presume de apertura, el deseo continúa teniendo fecha de caducidad en el imaginario colectivo: treinta años, piel tersa y el brillo de lo que se presume vital. Más allá de esa frontera simbólica, la vejez ha sido retratada durante siglos como el territorio de la renuncia: renuncia al cuerpo, al placer, a la intimidad .
Pero el deseo -insisten quienes lo estudian y quienes lo viven- no desaparece: se transforma, madura, se vuelve más lúcido. La generación que hoy cumple 70 años vivió la revolución sexual, el despertar feminista y la irrupción pública de los juguetes eróticos. No son observadores pasivos: son protagonistas de una narrativa que por fin empieza

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