En consulta escucho con frecuencia: ‘no sé qué siento’. Esa frase refleja una desconexión emocional que no es casual, sino aprendida.
Desde la psicología clínica sabemos que muchas personas crecieron en entornos donde las emociones no eran bienvenidas: se les pidió ‘ser fuertes’, ‘no llorar’ o ‘no enojarse’. Así, aprendieron a reprimir lo que sentían para no perder aceptación.
Sin embargo, lo que se reprime no desaparece: el cuerpo lo guarda. La tristeza se convierte en fatiga, la rabia en tensión, la ansiedad en insomnio . Aprender a sentir implica reconectar con el cuerpo, identificar las señales físicas de cada emoción y darles un lugar seguro.
No se trata de dejarse dominar por lo emocional, sino de integrar lo que sentimos con lo que pensamos. La emoción necesita ser recono

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