Al entrar en casa de Cindy Eckert queda claro que el color rosa nunca fue la artimaña que sus detractores pretendían.
En la entrada hay una estatua rosa de gran tamaño de su bulldog francés, Mortimer. En el patio interior, una cochera rodeada de vidrio exhibe un camión Chevy de los años 40 forrado de rosa. Una escalera de metal rosa conduce al guardarropa de Eckert lleno de repisas con accesorios y ropa color rosa. Incluso el gallinero de la parte trasera, ocupado por una pequeña bandada de gallinas y dos cerdos muy grandes, está dedicado al tono característico de Eckert. Ella lo llama el Club de las Aves Rosas.
Y luego está Eckert, que un día de octubre en Raleigh, Carolina del Norte, iba vestida, como siempre, de rosa desde la punta de los dedos de los pies con barniz rosa hasta la

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