Antes del festival, con las gradas del imponente Camp Nou aún vacías y dos horas antes de que el Barcelona diera buena cuenta del Athletic , Joan Laporta se apoderó del silencio. Salió al palco, sacó el teléfono móvil de su abrigo –aun bajo el sol, hacía un frío de narices– y, con una sonrisa que no se le acababa, comenzó a tirarse 'selfies'. Intentaba el presidente capturar la mejor luz, la mejor perspectiva, con o sin grúas de fondo. Y levantaba el mentón como si fuera la estatua de un dios en un Olimpo de sillas azul y grana. Seguro de estar muy cerca de concluir ese viaje homérico que le llevará a trascender.

Regresó el Barça al Camp Nou –por delante Spotify, que para eso paga lo suyo–. Lo hizo dos años y medio después de la última vez, con uno de retraso . Qué más da. Porq

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