Estaba en mora de agradecerle a Ramón Franco, de Corrales, Boyacá, el detallazo de haberme enseñado a jugar ajedrez hace varias décadas cuando estudiábamos para papas en el seminario de La Linda, cerca de Manizales. In illo tempore, los salmos, las homilías, los maitines y las misas en latín de espaldas al respetable, iban por la nave del centro; los jaques y mates iban por las naves laterales”. “Lejos del mundanal ruido” me encarreté con el juego que es una ciencia.
Los colegas frailes de Ramón dicen en el bello obituario que le dedicaron a su muerte que en su ejercicio sacerdotal buscaba el bien y daba la ocasión de una segunda oportunidad. Ignoro si me enseñó a mover las piezas con idéntica filosofía.
Santa Teresa veía con buenos ojos que sus perplejas monjitas cometieran el pecadillo

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