Buscando su propia redención, la exministra Nadia Calviño ha montado un buen lío. Nos dice ahora que (digamos) habló con los responsables del INE para que contemplaran la posibilidad de modificar al alza las estimaciones del PIB. ¡Cómo se atreven los políticos a meter sus interesadas manos en el pulcro trabajo de los impolutos técnicos!

A la exministra Nadia Calviño le ha dado por compartir su experiencia en el Gobierno. Es una sana costumbre a la que yo animo a los amigos que han pasado por la política. Me interesa saber su experiencia. Uno de los problemas de la desafección de la política es no conocer las bambalinas, las presiones a las que se ven sometidos, las limitaciones que tienen sus tomas de decisiones, por qué a veces hay que separarse del camino ideal.

El problema es que en nuestro país las memorias de los que han pasado por la política son garantía de que no vamos a saber nunca la verdad. Dicho en otras palabras hay un riesgo casi seguro de hacerse “un emérito”. Supongo que es humano. A todo el mundo le gusta quedar bien, justificar sus decisiones, pasar a la historia. Como dice una compañera, al final todos los que han pasado por el poder acaban necesitando un abrazo, necesitando que les comprendamos.

En el caso concreto de la exministra el asunto es que, buscando su propia redención, ha montado un buen lío. Nos dice ahora la ministra que (digamos) habló con los responsables del INE para que contemplaran la posibilidad de modificar al alza las estimaciones del PIB. La ministra cuenta con la ventaja de que los que estuvieron encima del asunto van a ser discretos y no van a entrar a discutir su versión. Y es lo correcto. Lo malo es que eso está alimentando una polémica sin demasiado recorrido, pero que, en estos tiempos en los que cualquier chispa puede provocar un incendio, está siendo bien aprovechada por los medios de siempre.

La polémica acaba resultando calcada a cualquier otra. ¡Pero cómo se le ocurre al Gobierno intervenir en la administración! ¡Cómo se atreven los políticos a meter sus interesadas manos en el pulcro trabajo de los impolutos técnicos! Lo vemos ahora en el INE, pero lo hemos visto en la justicia, en el Banco de España y en tantas otras disputas. Siempre la separación entre el mundo de la política y de una administración pública elevada a los altares de la objetividad. La antipolítica.

Hace años, dando un curso a personas que habían pasado la oposición para un alto cuerpo de la administración (el mismo de la exministra, de su antecesor, del ministro actual y tantos otros), uno de los alumnos nos preguntó a otro compañero y a mí, que impartíamos la clase, dónde había que situar la línea entre lo que te decía el político y nuestro trabajo como técnicos. Mi compañero y yo, ya con larga experiencia en la administración, nos miramos y le dijimos, con toda la delicadeza que pudimos, que esa línea no existía. Fue más o menos como decirle que los reyes son los padres. Luego le intentamos transmitir que no existe una línea, sino una ancha franja donde se viven situaciones de lo más diverso y que cada cual con su moral de funcionario público respetuoso con el voto popular tiene que gestionar. La cosa no era tan fácil como estar a un lado u otro de la línea.

La situación vivida en el INE en los años en los que resultaba evidente que se estaban haciendo mal las cosas en la estimación del PIB es uno de esos casos en los que estábamos en ese pantanoso terreno. ¿Sabiendo que se estaba haciendo mal algo debe la responsable del departamento dejar que se siga haciendo mal? Pues no. Bastante tardó en mi opinión en darse cuenta, por mucho que ahora se quiera colocar como la heroína del cuento. ¿Deben los empleados públicos defender un trabajo mal hecho amparándose simplemente en su supuesta objetividad y carácter técnico como, de hecho, hicieron en su momento? En mi opinión, no.

Y aquí en esta parte es donde aparecen otros invitados. Me atrevería a decir los tontos útiles en busca de su minuto de gloria. Las asociaciones profesionales. A cualquier se le concede el derecho a llamarse profesional y decir que representa a un colectivo. Algunos llevamos ya tiempo cansados de que se haga caso al Colegio de Economistas, que no reúne ni mucho menos a la totalidad de la profesión y que actúa como si en ese grupo de profesionales no hubiera partidarios de una cosa y otros de la contraria. Pero como se llama tan pomposamente Colegio de Economistas parece que es algo más. Pues no, no es mucho más que el club de amigos de la petanca de mi barrio. Y ahora sale a la palestra esa Asociación de Estadísticos del Estado que no reúne a más de cuatro veteranos mal contados (aunque supongo que siendo estadísticos contarse a ellos mismos se contarán bien). Si visitan su página web, verán su febril actividad en los últimos años. Pero, claro, si alguien les da visibilidad para alimentar polémicas, allá que se lanzan.

Llevemos las discusiones de lo que debe ser la relación entre la política y la administración por unas vías racionales, realistas, que ya somos mayorcitos y, de paso, que nadie hable de más ni nadie se arrogue el derecho de hablar por los demás por mucho que compartamos profesión.