En el manual de cualquier aprendiz de historiador figura el papel trascendental de la demografía como marcador casi infalible de los impulsos y las crisis económicas y sociales, incluso las ligadas a los declives de ciertas civilizaciones y el orto de otras. Por eso resulta tan sorprendente la ceguera voluntaria de nuestras sociedades, las europeas y occidentales, ante los datos incontrovertibles de que hoy disponemos, con una fiabilidad prácticamente total.
Limitándonos a España, y ahora que andamos de celebraciones y balances sobre los últimos cincuenta años, el demógrafo Alejandro Macarrón, quizá el más prestigioso y conocido de los españoles actuales, quien lleva muchos años advirtiendo de la deriva suicida que emprendimos hace unas décadas, ha amenizado los fastos con la siguiente ba

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