Todavía la era dorada de Acapulco, a finales de la década de 1970, lejos de la devastación por el narco y el huracán Otis, cuando el puerto albergó el máximo certamen de belleza en el mundo , Miss Universo, en un contexto de protestas feministas, espionaje por parte del Gobierno y amenazas de boicot contra Sudáfrica.

Pese a aquello, fue precisamente una concursante de ese país, Margaret Gardiner, la que se alzó con la corona ese año de 1978, sin importar que había llamados para evitar su participación, como una forma de presionar a la nación africana, inmersa todavía en el anacrónico apartheid, que dividía a la población blanca de la negra: a los primeros los colmaba de privilegios; a los segundos, los condenaba a la ignominia.

Aunque las autoridades mexicanas aseguraron que repudiaban

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