En apenas un siglo, la humanidad llenó de luz artificial las noches del planeta. Faroles, carteles, autopistas y ciudades enteras generan un resplandor constante que desdibuja el firmamento nocturno. La Vía Láctea, que fue compañera cotidiana de nuestros abuelos, hoy es invisible para gran parte de la población mundial.
Esta contaminación lumínica no es solo una cuestión estética o romántica, afecta la forma en que los animales se orientan, cómo crecen las plantas y hasta nuestro propio ciclo circadiano (reloj biológico interno).
Por eso, cada vez cobran más importancia los “santuarios de cielo oscuro”, zonas del planeta donde aún es posible ver un cielo verdaderamente negro, repleto de estrellas agrupadas , sin el halo anaranjado de las ciudades. Un planeta cada vez más iluminad

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