En varias ocasiones ha quedado demostrado que Donald Trump está lejos de ser un estadista o un presidente que aspire a unir a la nación. Su estilo, su lógica política y su visión del mundo responden mucho más a la figura de un avezado comerciante que a la de un líder con mirada estratégica de largo plazo. Él mismo lo ha dicho innumerables veces: “el mundo nos estafa”, “Estados Unidos pierde en todos los acuerdos”, “los negocios malos hay que romperlos”, “las deudas se renegocian, no se pagan”. Ese ethos mercantil, sólo transaccional, permea toda su conducta pública, desde su retórica y decisiones económicas hasta su aproximación a la seguridad global. Para Trump, gobernar es negociar; y negociar es imponer, amenazar, presionar y forzar ventajas para sí y para los suyos. Esa es la matriz de

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