En el estadio Atanasio Girardot J Balvin desplegaba este fin de semana un espectáculo concebido para la inmensidad — más de seis horas de concierto, más de veinte invitados , miles de flores entregadas al público y una tarima circular del tamaño de una plaza—, y, al otro lado de la ciudad, en el Teatro Metropolitano, Julieta Venegas cumplía una cita pendiente con Medellín.
No había pirotecnia, ni pasarelas interminables, ni un ejército de colaboradores. Solo ella, tres músicos y una platea que permaneció sentada casi toda la noche, atenta a su voz y a sus pasos ligeros sobre el escenario. Dos maneras de habitar la música; dos modos de celebrar la memoria y el presente; dos Medellines vibrando en paralelo.
El contraste era absoluto. En el Atanasio, las 40.000 flores que recibieron

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