En la vida pública, pocas palabras generan tanto rechazo como “reversa”. Es asociada con debilidad, con torpeza política, incluso con derrota.
Pero en un país tan diverso y conflictivo como México, donde las decisiones del Estado repercuten de manera directa en la supervivencia de millones, reconocer que un camino no está funcionando no debería verse como un tropiezo, sino como un acto elemental de responsabilidad.
Hoy, frente a las protestas de campesinos y transportistas que han bloqueado carreteras, detenido cadenas productivas y encendido alarmas en regiones enteras, el Gobierno tiene la oportunidad -y la obligación- de reconsiderar su rumbo. Porque la reversa, cuando evita el choque, también es cambio.
Las movilizaciones recientes no surgieron de la nada. Son la consecuencia acumul

El Diario de Juárez

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