El Pico Buciero , la gran atalaya que vigila Santoña desde sus 367 metros de altura, amaneció hace unos años, diciembre de 2019, sin su emblema más reconocible: la cruz metálica que llevaba presidiendo la cumbre durante más de tres décadas. El temporal que azotó la costa cántabra derribó de un golpe una estructura que muchos santoñeses creían casi eterna. Aquella caída, sin embargo, permitió rescatar y difundir una historia que durante mucho tiempo pasó desapercibida: la cruz del Buciero no la puso ninguna institución, sino un vecino, Francisco Clavero Sedano, “Paqui”, que la construyó, pagó y subió pieza a pieza con ayuda de su familia y amigos .

Tres cruces antes de la definitiva

La cruz que se cayó por el temporal no fue la primera que coronó el Buciero. Antes hubo dos intentos pioneros , ambos obra también de Paqui:

  • 1983: una cruz rústica de madera, formada por dos palos gruesos. Duró poco, derrotada por el viento del monte.

  • 1986: una segunda cruz, esta vez de aluminio. Su punto débil —la base— hizo que acabara rodando ladera abajo tras tres años.

Aquellas caídas convencieron a Paqui de que la tercera debía ser robusta, desmontable y capaz de soportar las inclemencias del Cantábrico . Así diseñó una estructura de acero de siete metros de altura y cuatro de ancho, con tubos dobles de 80×80 mm y chapas de polipropileno perforadas para reducir resistencia al viento.

Un ascenso épico: subir la cruz a hombros

La colocación definitiva llegó el 30 de abril de 1989 . Para transportarla hasta el Fuerte Napoleón usaron un vehículo prestado por el Ayuntamiento, pero desde ese punto todo se volvió aventura pura. El plan inicial era utilizar un burro para subir las piezas pequeñas. El animal se negó a continuar, así que no quedó alternativa: todas las piezas, desde los tubos hasta los sacos de arena, cemento y guijo, se cargaron a hombros .

Los jóvenes que ayudaban —entre ellos Curro , hijo de Paqui— subieron herramientas, piezas y materiales en mochilas. Incluso dejaron días antes un barril de plástico para recoger agua de lluvia y poder preparar el hormigón en la cima.

Noche de vigilia en la cumbre

Una vez arriba, el material no podía quedarse sin vigilancia. Los más jóvenes montaron guardia, entre ellos Cristina Clavero , una niña de solo 10 años que recuerda aquella noche en tienda de campaña como una aventura inolvidable.

Al día siguiente, con todas las piezas montadas como un mecano, llegó el momento crucial: elevar la cruz . Para ello se utilizó un tirante de acero, anclado en la base, que permitió bascular la estructura. Después se fijaron los cables laterales que amortiguaban las vibraciones. La cruz, primero blanca, luego negra y más tarde blanco fluorescente, quedó erguida y visible desde toda la bahía de Santoña durante más de treinta años.

El temporal y el regreso de un símbolo

El temporal de finales de noviembre la derribó, pero no borró su significado. Muchos vecinos —conocidos y desconocidos— pararon a Paqui por la calle para pedirle que la reparara o levantara una nueva. Su hijo Curro recuerda que fue entonces cuando comprendieron hasta qué punto la cruz se había convertido en un símbolo para el pueblo.

Al comprobar en persona los daños, Paqui vio que gran parte de la estructura podía salvarse . Sin esperar ayudas institucionales, y con el mismo grupo que le acompañó tres décadas antes, decidió actuar. El 27 de diciembre de 2019 , la cruz volvió a levantarse en la cima del Buciero.

La nueva versión es ligeramente más pequeña y, como admitió su hijo, no durará otros treinta años. Pero eso importa poco.

La cruz del Buciero no solo es un hito visible desde toda la villa: es una lección de voluntad, comunidad y orgullo santoñés. Un recordatorio de que, antes de convertirse en símbolo, fue el sueño de un vecino que decidió dejar una huella en el monte que tantos aman.