Se escu­cha el grito inde­sea­ble en alta­mar: “¡El barco se hunde, trai­gan al capi­tán!”.

El capi­tán lleva un año ence­rrado en su cama­rote. La pri­mera ofi­cial se ha encar­gado de deter­mi­nar el rumbo del navío, man­te­ner unida a la tri­pu­la­ción y man­te­ner en calma a los pasa­je­ros.

Pero el barco va mal: las inun­da­cio­nes de las que no avi­sa­ron, la mar­cha que repri­mie­ron, los blo­queos carre­te­ros, el ase­si­nato de Car­los Manzo, los casos de corrup­ción que se repi­ten, la eco­no­mía que está en ceros, la popu­la­ri­dad a la baja, la gente sin­tién­dose más inse­gura…

“¡El barco se hunde, trai­gan al capi­tán!”

Rechina la puerta del cama­rote y apa­rece Andrés Manuel López Obra­dor. A decir que el barco va bien. A decir que la pri­mera ofi­cial tiene su res­paldo

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