La justicia ha empezado a moverse en un terreno que no le corresponde, un terreno donde la narrativa pesa tanto como la prueba y donde la oportunidad pesa tanto como la razón.
Hay decisiones que dejan una marca apenas perceptible, una línea fina en el mármol institucional que, al principio, parece irrelevante. Pero basta mirarla con detenimiento para entender que no es solo una grieta: es el primer síntoma de un desgaste más profundo. La condena al Fiscal General del Estado -dos años de inhabilitación y una multa por revelación de secretos- tiene exactamente esa cualidad. No es un ruido estridente. No es un terremoto. Es un crujido leve, casi educado, pero profundamente alarmante.
No es la condena en sí misma lo que perturba, sino el modo en que ha llegado. Y cuando el modo contradice pr

La Crónica de Salamanca

Cadena SER
Noticias de España
ElDiario.es Politica
Slate Politics
The Conversation
Nola Sports