Fue hace más de 125 años que un médico austríaco llamado Sigmund Freud escuchó a sus pacientes de una manera inédita. Ellos sufrían de diferentes síntomas y malestares que, de entrada, parecían graves cuadros neurológicos, pero, para sorpresa de los mismos pacientes y de la medicina de aquel tiempo, dichos padecimientos mostraban otras lógicas, obedecían a “otra escena” que trascendía los principios de la anatomía y fisiología: algo muy intenso que se había vivido y no había alcanzado a procesarse mediante la palabra o la acción, se había desplazado expresándose en el cuerpo, sin que ellos —ni sus médicos— pudieran explicar y atender lo que sucedía.

Fue el joven Freud, investigador tenaz, quien se dedicó a observar y, sobre todo, a escuchar a sus pacientes, descubriendo algo sorprendente:

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