Conocí a José en el centro de Culiacán. Él me vio llegar mucho antes de que yo lo notara y me presenté como reportero. Me miró con desconfianza, pero no percibió ninguna amenaza. Me extendió la mano y sentí cierta familiaridad en su trato.

Una vida sin raíces lo llevó a cruzar la frontera norte solo con la ropa que traía puesta y esa madurez obligada que obtienen quienes no tuvieron infancia. Años de anonimato entre obras de construcción y campos agrícolas lo convirtieron en un ente automático que se mueve entre el trabajo y la soledad.

José cuenta su historia en frases cortas mientras me mira a los ojos, como alguien acostumbrado a medir el peligro de todos a su alrededor. Está sentado sobre una cubeta llena de herramientas oxidadas mientras hace fila en una parroquia donde regalan desa

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