Cristina Sánchez ha vuelto esta semana a TVE. Hasta qué punto hemos llegado en España que hablar de la manipulación del lenguaje , la censura a la tauromaquia o el delito de la amnistía a los golpistas catalanes, en la televisión que pagamos entre todos, es una lidia, una gesta, una bocanada de cordura entre la propaganda de Intxaurrondo, el Matrix de Broncano o el NODO de Xavier Fortes.

Jenaro Castro y su programa Plano general es ese oasis que resiste a las modas audiovisuales, donde se disfruta del entrevistado y el entrevistador por igual. En la televisión monclovita existe lo innombrable, naturalmente. Pedro Sánchez o Ernest Urtasun, son aludidos, pero no se nombran. Y llegados a este punto, ni falta hace.

La censura a la tauromaquia proviene fundamentalmente del Ministerio de (in) Cultura. La corrupción del Ejecutivo, de la multitudinaria banda del Peugeot. Lo sabemos todos. El hecho de no tener que decir sus nombres para que todos los espectadores sepamos a quiénes se refieren, evidencia que la verdad ni callando se deja de escuchar. En otras palabras, Pedro y sus socios han logrado que el silencio hable de ellos.

La madrileña se ha vuelto, sin ni tan siquiera proponérselo, en un referente de la cordura ante el feminismo woke . Ella es torero. No torera. «Es suficientemente grande el nombre de torero como para cambiarlo a estas alturas por piruetas feministas», vendrá a decir. «Torera es una chaquetilla que visten los toreros», añadirá.

Ella, Cristina, hizo historia porque se propuso hacer realidad sus sueños. Y su sueño no era convertirse en el referente femenino de la tauromaquia –aunque lo sea– sino en ser torero, en vestir el traje de luces, en tomar la alternativa en Nimes, en hacer el paseíllo con los grandes –como así hizo–, y matar toros.

Ella, Cristina, declara que si en algún sitio se ha sentido libre ha sido delante del toro. Mundo que dejó para cumplir otras etapas, como ser madre. Éste es el punto más rebelde de la entrevista. Ella, Cristina, que se describe a sí misma como «una mujer no sumisa». Dio su vientre al toro porque quiso, y porque quiso –y Dios se lo permitió– se lo quitó cuando quiso, para albergar vida en su seno.

Después, cuando sus dos hijos estaban crecidos, ella, Cristina, reapareció en Cuenca por una causa solidaria. Donó los honorarios a la Fundación de niños con cáncer del doctor Luis Madero. Cortó dos orejas, salió a hombros, junto a El Juli, demostrando casi una década después que era capaz de traspasar el miedo. Volvía como madre, quería que sus hijos conocieran a ella, Cristina, la auténtica . Convirtiéndose, según sus palabras, «en el día más importante de su vida».

Qué quieren que les diga. Dame más Cristinas, y menos Monteros , y España en 20 años no la reconoce de nuevo ni Franco. Porque nuestro país si algo necesita son mujeres libres. Mujeres que dinamitemos, de una vez por todas, el discurso de las charos insatisfechas que odian porque se odian.