«Ningún jugador es tan bueno como todos juntos». Ya me he referido algunas veces a esta afirmación de uno de los futbolistas que seguramente estaría en el Top 10 de los mejores de la historia, aquel al que llamaron La Saeta Rubia, Alfredo Di Stéfano. La traigo de nuevo a colación para significar el papel que desempeñan en el desamparado conjunto de Arrasate , un indiscutible, Jan Virgili y otro más discutido, Sergi Darder . No contradigo la apreciación de unos de los dioses que habitan en el Olimpo del fútbol si aporto la tesis contrapuesta: «ningún jugador es tan malo como todos juntos».

El jugador de Artá, inservible para el estilo y el dibujo implantados por Javier Aguirre, no ha dejado de lado su carácter, «es mallorquín» sentencia un reconocido director deportivo, pero no es tan malo como sus crecientes detractores intentan dar a entender a la caza de un culpable que, de haberlo, habita en las oficinas y no en el terreno de juego. Basta observar los movimientos inexistentes de sus compañeros para analizar el desierto de líneas de pase, de desmarques, de hambre de balón, de búsqueda de espacios al que se enfrenta cuando le ceden el balón a destiempo o, dicho de otra forma, en situaciones de apuro para los cedentes, nunca atentos en demarcaciones desde las que crear ventaja.

No hay excepciones, excepto cuando, hartos de pasear la pelota en horizontal de un central a otro o de regreso hacia atrás incluso cuand o Muriqi se ve obligado a retroceder hasta el circulo central, Valjent, Raillo o hasta el portero firman un pelotazo directo al albur de quien puede o quiera correr a por ello.

El joven extremo catalán, de indudable rapidez y habilidad como contraste a su inexperiencia y celo juvenil, parece poseído por la obsesión de brillar por si solo. Así lo hizo en Sevilla pese a aquella victoria balsámica vista desde la perspectiva actual, y lo repitió en el todavía empate en Oviedo, prueba fehaciente de su individualismo impropio de promesas que aun no calzan las botas de Lamine Yamal, Vinicius, Mbappe o Nico Williams .

Expresada la hipótesis, el recurso de colocar al entrenador en la picota es lo más fácil. Ha dejado bien claro que dispone de once jugadores, no muchos más, que merecen confianza. Fuera de estos mirar al banquillo causa verdadera grima . La reiteración de dibujo y rendimiento sin que se vislumbre siquiera ninguna mejoría sugiere un grito, una llamada de atención, a la irresponsabilidad del club desde sus más altos estamentos. No se encienden las alarmas porque en la planta noble las tienen sin batería , pero es el cuadro técnico el que dentro de una semana tendrá que inventar como solventa las bajas de Raillo y Samu, con Leo Román a