En los últimos días, se ha vuelto a encender un debate que, lejos de ser menor, toca fibras profundas de nuestra historia y de nuestra identidad como nación: el lugar de los símbolos religiosos en la vida pública. Argentina es un país cuya cultura, tradiciones e imaginario colectivo han estado, desde sus orígenes, profundamente marcados por el catolicismo. Esto no es una interpretación subjetiva; es un dato histórico, jurídico y sociológico.

Por eso, cualquier intento del gobierno de turno de restringir o eliminar símbolos religiosos —particularmente aquellos vinculados al catolicismo— genera inquietud y desconcierto. No se trata de imponer una creencia a quienes no la comparten. Se trata, simplemente, de reconocer una realidad cultural y respetar una tradición que forma parte del tej

See Full Page