En los últimos diez años hemos cambiado muchas veces la forma en que nombramos una discapacidad o una condición de vida. Lo hacemos, quizá, con la esperanza de ser más respetuosos, más correctos, más sensibles. Pero dime, ¿te has preguntado alguna vez si esos cambios realmente han ayudado… o si, sin querer, seguimos lastimando con cada palabra que elegimos?

Porque cuando decimos trastorno , ¿qué estamos transmitiendo? Aunque parezca un término clínico, en el fondo carga una sombra: la idea de que algo está “mal”, “fuera de lugar”, “descompuesto”. ¿No es eso seguir estigmatizando, aunque hablemos con buena intención?

Hablamos de discapacidad como “capacidades disminuidas”, sin detenernos a pensar que nadie vive su vida desde una sola capacidad. Por eso, cuando decimos personas co

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