El dueño abre la puerta, atiende a los clientes, toma decisiones urgentes, resuelve asuntos pendientes y termina el día pensando en lo que quedó por hacer. Esta forma de operar, tan extendida como silenciosa, sostiene a miles de emprendimientos y, al mismo tiempo, limita su capacidad para crecer. La empresa avanza, pero casi siempre al ritmo del cansancio del fundador.

La historia de René Guerrero permite observar esa tensión en detalle. Su formación en ingeniería lo llevó a pensar que el orden y la disciplina eran suficientes para dirigir una empresa. En la práctica descubrió algo distinto. Su primera compañía, dedicada a servicios de ingeniería, funcionaba con actividad constante pero con un único punto de apoyo. Atendía a los clientes, resolvía los problemas técnicos, manejaba las cuen

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