Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. — Eclesiastés 1:2-18

La hermosísima Leire, fue una ninfa que bajó de la montaña con un cántaro sobre la cabeza y que se convirtió en pocos años en una fontanera principiante graduada de un master triple C, ¡y lo hizo con honores! Muy pronto se erigió como experta en expansión de cañerías y remozamientos, transmutándose sin más credenciales que su propia fe, en la llave inglesa de un partido de corruptelas y miserias. Fue una diestra atornilladora de la patria. Sin descanso ni tregua, sin pausa ni intervalo, se enfundaba su mono de trabajo, un hábito alabastrino y terso que dejaba ver las sinuosas formas de una fiel sirviente. Cuentan que era mujer hacendosa, práctica, celosa y polivalente, reparadora de fuga

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