Hay figuras políticas que nacen del poder; otras, en cambio, se convierten en símbolo de un proyecto porque encarnan su narrativa, sus tensiones y sus aspiraciones. Ernestina Godoy pertenece a esta segunda categoría. No es solo la nueva fiscal general de la República: es, para bien o para mal, el punto de inflexión con el que Claudia Sheinbaum pretende diferenciar su movimiento del lopezobradorismo original. Si Gertz Manero representó la era de la confrontación y los expedientes cruzados, Godoy es presentada como el relevo institucional que promete un rostro más técnico, más austero, más femenino y más cercano al discurso de gobernabilidad que Sheinbaum intenta consolidar.

Godoy se ha convertido en la pieza clave para explicar qué significa hoy el “movimiento sheinbaumista”: un reacomodo,

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