Somos lo que somos, en gran parte, porque en algún momento de nuestra historia aprendimos a domesticar el fuego . En los albores de nuestra especie, sabemos que los primeros homínidos aprendieron el valor de este elemento y que, de hecho, hace más de un millón de años ya se las ingeniaban para recoger pequeñas llamaradas y brasas ardientes de los incendios que veían a su alrededor para utilizarlas a su favor. Pero todo apunta a que la verdadera revolución ocurrió cuando nuestros antepasados dejaron de depender del azar y aprendieron a domesticar el fuego . Es decir, a producirlo a su antojo. ¿Pero cuándo ocurrió esto? ¿Cuál fue la primera chispa que hicimos brotar voluntariamente? ¿Y de qué forma esa centella moldeó nuestra civilización? Un estudio publicado este miércoles en la revi

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