cuando se proyectó lo impensable: Eileen Higgins, una figura acostumbrada a recorrer las calles hablando de vivienda, transporte y resiliencia climática, acababa de conquistar la . Entre aplausos, lágrimas y un suspiro colectivo de sorpresa, la ciudad presenció cómo, después de casi 30 años, una demócrata —y por primera vez, una mujer— asumía el mando político de una de las ciudades más influyentes del país.

En un ciclo electoral marcado por tensiones nacionales, altos precios y un electorado cada vez más cansado de promesas vacías, el triunfo de Higgins no solo cerró una contienda local. También envió una señal directa a la clase política: Miami, corazón de un sur de Florida crucial para , había decidido cambiar el guion, aunque fuera en un cargo nominalmente no part

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