Al principio, me desconcertó saber que Jairo Vélez se iba a Alianza. ¿Cómo podía el volante ecuatoriano dejar al tricampeón –con la vitrina que le ofrecía para el 2026– e instalarse en el club íntimo, cuyo déficit deportivo ya era clamoroso incluso antes de perder la otra noche con Cristal? ¿Podía el factor económico justificar tamaña incoherencia? ¿Tan mal le pagaban en Ate?

Confirmada la noticia, pasé del desconcierto al enojo, pero muy rápidamente evolucioné del enojo al alivio. Por tres razones. Primero, porque siendo Vélez un buen jugador, tampoco ha sido decisivo para la obtención del Tri. Ni su talento para el pase filtrado ni su facultad para la invención repentina han repercutido en el promedio de gol del equipo. Su juego es más vistoso, pero no es más ofensivo. (Lo acepto:

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