El reciente informe de “Medellín Cómo Vamos” me hace escribir un titular seductor: el optimismo ciudadano ha escalado al 63%, su punto más alto desde 2021, y la ciudad respira un aire de recuperación institucional tras la administración de Daniel Quintero. Sin embargo, quedarse en la celebración de estas cifras macro o en el alivio de haber superado una crisis de gobernabilidad sería un error de cálculo imperdonable. Detrás de la sensación de que “vamos por buen camino”, el informe destapa unas fallas tectónicas en la estructura social que amenazan con derrumbar el progreso si no se atienden con urgencia, más allá del aplauso fácil.

La alarma proviene del sistema educativo, el supuesto motor de la “ciudad innovadora”. Es inaceptable que, mientras la población escolar disminuye por la demo

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