Diciembre siempre llega disfrazado de celebración, pero debajo de la envoltura y del moño, guarda algo más complejo: una mezcla de entusiasmo y vértigo que ningún aguinaldo termina de equilibrar.
Es el mes donde cada emoción se potencia: la alegría pesa más, la nostalgia pesa, la deuda respira en la nuca. Todo junto, sin orden ni ritmo, como si el país entero activara un modo festivo que también exige sobrevivirlo.
Las calles se llenan de luces y de tránsito, pero también de recordatorios: cenas que alguien tiene que pagar, intercambios donde el presupuesto se tensiona hasta el último peso, compromisos sociales no siempre son voluntarios. México vive diciembre como una coreografía que aprendió de memoria, pero que cada año interpreta con mayor cansancio. Hay entusiasmo, pero también ese

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