Una cosa que he descubierto a lo largo del tiempo es que a mucha gente le gusta que le engañen e incluso no se enteran de ello. Es algo que les sucede, también, a personas inteligentes y poderosas, porque siempre hay pelotas dispuestos a complacer al líder o al jefe. Me recuerdan, también, a los correos que al llegar a las postas cambiaban de caballo. En política o en las empresas la lealtad depende del poder que ostenta el receptor de los halagos. Y llegado el momento, el trepa salta a un nuevo caballo que le lleve a buen puerto. La política es un terreno abonado a estos especímenes tan deleznables. Los conocí cuando me dediqué a ese noble arte que es el servicio público y que ahora está tan prostituido como las amigas de José Luis Ábalos. A muchos sanchistas les gusta servirse de lo públ
El engaño como medio para medrar
LA RAZÓN Opinión12/12
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