Si la infraestructura pública vale más como chatarra que como servicio, la culpa no es del ladrón sino del Estado oxidado.

En las madrugadas de casi cualquier ciudad mexicana, personas armadas con una segueta, un soplete portátil o un camión con logotipos falsos levantan coladeras, cortan cables, desmontan luminarias y arrancan válvulas de agua. No son simples rateros callejeros: forman parte de circuitos criminales que abastecen mercados ilegales de metales y refacciones industriales.

La obra pública pagada con impuestos termina reciclada al peso.

Este fenómeno permaneció invisibilizado durante bastante tiempo hasta que el periodista Andrés Solís, desde Meganoticias TVC, documentó junto con sus colegas de investigación de la misma cadena, que el país está perdiendo infraestructura a un

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