El videojuego , lejos de ser una simple evasión digital, se ha consolidado como un espacio narrativo y estético desde el cual es posible reflexionar sobre el presente, dialogar con el pasado y ensayar futuros posibles.
En un mundo donde la protesta, la urgencia política y el desencanto parecen reclamar toda nuestra atención, estas obras interactivas ofrecen otra forma —más íntima, pero no menos significativa— de comprender la realidad.
Durante el último año, una serie de videojuegos ha destacado por su capacidad para capturar tensiones emocionales y culturales muy reconocibles. Muchas de estas propuestas giran en torno a la transición: el paso a la adultez, la pérdida de la inocencia, la reconstrucción de identidades tras el colapso de viejos órdenes.
Otras recurren deliberadamente

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