A Javier le preocupaba lo que pudieran pensar de él y llegaba al extremo de cuidar su pretendida posteridad: lo que dijeran y hasta lo que escribieran una vez que partiera de este mundo, y no le faltaba razón, porque somos objeto de la mirada del otro y en ese silencio que da entre la percepción y la imagen que se forman de nosotros, hay todo un océano de posibilidades: buenas, regulares y malas, y todo ello es, ¿qué duda cabe?, lo que queda de nosotros, lo que se afirma en el ahora y en los tiempos que vendrán, lo que crece o se encoje, lo que se queda intacto y hasta petrificado de nuestra imagen.

En este punto, Javier pensaba que las estatuas hablan por sí solas, porque cuando se las ve dejan en el espectador una sensación y una impronta, que varían de acuerdo con las emociones del ins

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