
En mis años como maestro en el nivel superior y la experiencia de participar en algunas escuelas rurales, he sido testigo de cómo la curiosidad de los niños puede encenderse con las herramientas adecuadas.
Hace algunos años, un grupo de compañeros tuvimos la oportunidad de comprar y compartir 14 robots educativos y 14 tabletas con niños y niñas de educación básica. Desde ese momento, mi manera de ver la enseñanza cambió para siempre. La robótica educativa no solo permite aprender programación, sino que también abre puertas al pensamiento computacional, lógico y creativo.
Descubriendo al robot en el aula
Existen varias opciones de robots, con diferentes precios según el país y la marca: mBot, Bee Bot y Thymio II, que pueden ser ensamblados por los propios niños. Lo que los hace más fáciles de usar es su sistema de programación visual basado en bloques. Esto significa que incluso los niños que apenas comienzan a familiarizarse con la tecnología pueden darle instrucciones y ver cómo el robot las ejecuta.
Recuerdo la primera vez que un alumno de sexto grado de primaria logró programar el robot para seguir una línea en el suelo; sus ojos brillaban como si hubiera descubierto un truco de magia.
En algunas escuelas primarias del área metropolitana, y también en aulas multigrado rurales, el estado de Jalisco en México regaló mBots, como parte del programa de tecnologías. Bastó un solo mBot para transformar la dinámica de aprendizaje. Los niños se reunían alrededor del robot, compartían ideas y discutían cómo resolver problemas que surgían al programarlo. Se volvió un catalizador de colaboración y diálogo.
Aprender haciendo: la fuerza de la experiencia
Una de las mayores virtudes de estos robots es que permiten a los niños aprender mientras experimentan. Por ejemplo, en una ocasión planteé el reto de diseñar un cruce de semáforo para que el robot esquivara a los mBot de sus compañeros. Los estudiantes, divididos en equipos, comenzaron a proponer soluciones. Algunos programas no funcionaron al primer intento, pero eso no desanimó a nadie. Al contrario, reían, debatían y modificaban las instrucciones hasta lograr que el robot evitara chocar con sus compañeros.
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A través de estas actividades, los niños desarrollan lo que ahora conocemos como pensamiento computacional: la capacidad de descomponer un problema en partes pequeñas, detectar patrones y crear soluciones paso a paso. Pero, más allá de la lógica, también cultivan la paciencia, la creatividad, la imaginación y la capacidad de trabajar juntos.
Forma de trabajo
Es importante considerar que para aprovechar al máximo el potencial del robot, se recomienda contar con al menos 12 sesiones de trabajo con los niños, bajo la supervisión del docente. Esto permite planificar actividades que combinen las prácticas con los temas de cada sesión, logrando reforzar y ampliar el aprendizaje de los contenidos curriculares al integrarlos con el uso de robots. Este enfoque favorece una comprensión más profunda y significativa de las materias vistas en clase.
Además, se sugiere implementar estas actividades principalmente con estudiantes de cuarto, quinto y sexto de primaria, con edades entre los 9 y los 12 años, quienes ya cuentan con las bases necesarias para aprovechar las posibilidades que ofrece la robótica educativa y están en una etapa ideal para desarrollar habilidades de pensamiento crítico y resolución de problemas.
Historias de éxito y aprendizajes
Recuerdo a José, un alumno de sexto grado que al principio se mostraba tímido y con poco interés por las matemáticas. Cuando comenzamos a usar el mBot, se convirtió en uno de los más entusiastas. Ideó un programa para que el robot se moviera en zigzag mientras encendía sus luces LED en distintos colores. Su proyecto fue tan creativo que se lo mostró a la directora, quien quedó impresionada. Meses después, José me dijo que quería ser ingeniero. En ese momento supe que el esfuerzo había valido la pena.
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Estos pequeños logros demuestran que la robótica educativa no es un lujo, sino una necesidad para preparar a los estudiantes a enfrentar los retos del siglo XXI.
Consejos para docentes que desean implementar el robot
Para los maestros que estén pensando en introducir robots en sus clases, recomiendo empezar con actividades sencillas. Por ejemplo, programar al robot para avanzar, retroceder y girar. A medida que los estudiantes ganen confianza, pueden plantearse retos más complejos como simular un semáforo o diseñar un recorrido con obstáculos.
Es fundamental adoptar una actitud de guía y facilitador. En lugar de dar respuestas, formule preguntas que inviten a los niños a pensar y buscar soluciones. En mis clases siempre recordamos que equivocarse no es fracasar, sino un paso necesario para aprender.
Además, integre el robot en otras materias. En ciencias, los niños pueden explorar conceptos como sensores de luz o sonido. En matemáticas, pueden calcular distancias y ángulos para que el robot siga un trayecto específico. De esta manera, el aprendizaje se vuelve interdisciplinario y más significativo.
Curiosidad, equipo y emoción
Traer la robótica a las aulas rurales ha sido una de las experiencias más enriquecedoras de mi carrera. Los robots no solo enseñan a programar; también despiertan la curiosidad, fortalecen el trabajo en equipo y demuestran que aprender puede ser divertido y emocionante.
En contextos donde la tecnología a menudo parece lejana, herramientas como los robots mencionados tienen el poder de cerrar brechas tecnológicas y ofrecer a los niños nuevas posibilidades para imaginar su futuro. Como docentes, tenemos la responsabilidad de buscar estrategias que conecten a nuestros estudiantes con el mundo y los preparen para ser protagonistas activos de la sociedad.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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Horacio Gómez Rodríguez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.